jueves, enero 13, 2005

El Taquito

Mítico. El Taquito original, el de las calles de Tepito, pretendió trasladar su concepto -el de restaurante taurino- a las calles de Venustiano Carranza, del Centro Histórico de la capuital mexicana, pero creo que su aspiración quedó en intentona.

Veamos.

El martes 11 de enero de 2004 pasado acudí con Loui y Rica, luego de un breve debate en el que se descartaron las opciones del Salón Victoria y el Salón Luz, y encaminamos nuestros pasos al amplio local que El Taquito tiene en la calle de Venustiano Carranza, a tres cuadras del Eje Central.

Un restaurante solitario -probablemente por el día- nos dio la bienvenida. En el amplio salón, que más bien parece nave de una iglesia mediana, el servicio atento de dos meseros nos presentó una carta donde predominan los platos tradicionales de este tipo de restaurantes. Al centro, un plato de tlacoyos y totopos que anuncian como tostadas. Los tlacoyos, buenos, con la sazón siempre entrañable de este minúsculo itacate que, en la Sierra Norte de Puebla, han sentado sus reales. De las tostadas, ni hablar. Decentes en su papel de entremés. Para beber, una Victoria Oscura. Loui y Rica eligieron refrescos de cola. El Taquito no puede sustraerse a esa siniestra estrategia de los restauranteros modernos, que venden refrescos minúsculos -las famosas "coquitas"- para obligar al consumidor a pedir más. Siniestra pero efectiva, si recordamos que México es una de las potencias consumidoras de refresco.

Son las 2:15 de la tarde y al restaurante comienzan a llegar algunas parejas. Ordenamos, entonces, sendas sopas de tortilla. La receta, típica, queda arruinada con un mal chicharrón que, no obstante, permite deglutir el potaje sin mayores aspavientos.

Enseguida, los jóvenes meseros -que, en honor a la verdad, nos brindaron un servicio decoroso y de atención esmerada- llegan a la mesa con dos tampiqueñas y una "Arrachera Taquito" para Loui. En silencio, Rica y Yo entristecemos ante al miserable tira de filete -tengo mis dudas, más bien parecía una tira de pulpa, cortada transversalmente para convertirla en "filete"- los frijoles refritos y los totopos que acompañan a la leguminosa. Quizá, la tampiqueña -que se caracteriza por su generosidad- fue mal interpretada por el Chef y sus mayoras, pero lo único rescatable del plato fue la guarnición de rajas con crema a la pimienta que, de veras, salvó la tarde.

Loui fue más afortunado y parece haber disfrutado, de veras, su arrachera que, por lo menos, triplicaba en tamaño a nuestros miserables cortes.

Al final, sólo un americano, pues las ganas de un postre se esfumaron con la decepción contenida.

El Taquito es, sin duda, una gran institución, alimentada por la publicidad regular que recibía de uno de sus más afamados clientes, Jacobo Zabludovsky, quien refería, en cuanta ocasión se le presentaba, las bondades de este feudo.

El restaurante de Carranza se antoja más para una tarde de amigos, con botana de por medio -recomiendan ampliamente el plato "Licenciado", que incluye carnitas y, creo, carnes diversas-, para nuestro infortunio, la visita, que costó alrededor de unos muy justos 500 pesos por las tres personas, no pudo corroborar la fama que ha cobrado este restaurante singular. Será para la otra.