miércoles, marzo 29, 2006

Y, en el principio, los Heras

A mi querido hermano Chava, que esta primavera se convirtió en padre.

Son muchas las personas que forman parte de lo que llamo mi "patrimonio moral", y en tal grupo, la familia Heras Velázquez forma parte del núcleo, de las cosas básicas, de los fundamentos y de la estructura que me sostiene.

Todo comenzó en la cocina maravillosa de mis vecinos, amigos y hermanos. Mi madrina -conocedora de los secretos de la cocina auténtica de Huauchinango, fruto de una herencia familiar que, durante generaciones, se ha transmitido el conocimiento-, orquestando lo necesario para atender a mi padrino Abel. Y a Abel Alejandro, Erick Alberto, Ricardo Alonso y a la pequeña Griselda.

Llegaba, entonces, mi padrino fumando sus Raleigh y sirviéndonos café de olla. Ahí pasamos largas tardes sentados a la mesa, en la sobremesa obligada que podía prolongarse por horas. Ahí descubrí la "sal de chinicuil" y los tacos supremos de esta especie codiciada que se reproduce en los magueyes del altiplano: asados en el comal, sólo basta acompañarlos de una buena salsa molcajeteada para convertirse en un platillo insuperable. O las "panzas", esos hongos gigantes que crecen en los encinales de la Cima de Togo, en las alturas limítrofes de Ahuazotepec y Cuatepec, en Puebla e Hidalgo, respectivamente, a dónde mi padrino Abel nos llevaba de vez en cuando, en plan de exploradores.

Ricardo, ahora casado con la bella Naye, me recuerda esas correrías a los riachuelos de "La Fábrica", La Morena, Santa Catarina y el mismo 5 de Mayo, sitios del Huauchinango de los años 70 y 80 que, debo decirlo con gran dolor, ya no existen o se encuentran en proceso de franca destrucción. En esas excursiones -en las que participaban los vecinos en alegre camaradería- nos dedicábamos a nadar en las aguas heladas y transparentes de los pequeños ríos. Y buscábamos chacales, que son un crustáceo de agua dulce que se reproduce en las fuentes de agua que bajan por las montañas del lugar -todavía, en una excursión con Mario Maesse y el Médico Óscar Arce, a mediados de los 90, descubrimos chacales en un río minúsculo del cerro de Tlalcoyunga-. Cuando llegábamos de vuelta, mi madrina Griselda los preparaba en una receta maravillosa, muy parecida a la que se utiliza para servir las famosas Acamayas, otro clásico en extinción de mi tierra.

Muchos años antes, Erick, mi amigo, mi cómplice y mi compañero de secundaria, era el responsable de cocinar la sopa en las expediciones que hacíamos por los alrededores: hábil y práctico -fue Erick quien me enseñó una clave elemental para calentar tortillas: a la plancha o al comal, éstas se calientan, primero, por el lado donde se forma una especie de película delgada. Y luego se voltean un par de veces más. Y punto,- mi amigo encendía la fogata y preparaba la sopa, a la que nunca le faltaban algunas briznas de pasto, o ramitas secas. O quizá algún insecto desafortunado que terminaba incorporándose al potaje cocinado enmedio del bosque, en un día lluvioso.

Años después, en Puebla, capital, las veladas y comelitonas en la casa de los Heras, en Bugambilias, hicieron historia: ahí, la irrepetible pasta al ajo que Abel cocinaba bajo la mirada aprobatoria de la dulce Mayra. De ahí también, partíamos al vecino mercado Zapata a abastecernos de provisiones en las comidas que frecuentemente se organizaban en el departamento de la calle Lirio. O a comer esos gigantescos tacos de bistec que, en épocas de crisis, eran una bendición que no dejaré nunca de recordar.

La vida, ese torrente súbito de acontecimientos, fechas y momentos inasibles, nos llevó por caminos distintos, aunque nunca separados: el camino común de la gratitud y el cariño a prueba de cualquier tormenta sigue guiándome y recordándome mi buena estrella por conocer y ser parte de la historia de los habitantes queridos de la esquina de Rafael Cravioto y La Fragua, en esos días imborrables y, por lo tanto, presentes.

Días de utopías que, aún, nos inspiran para perseguir nuestros sueños.

Aldrin Lenin Gómez-Manzanares

Profecías

Es Profética un singular establecimiento. De ello se encargan José Luis Escalera y la asociación civil a la que pertence, la misma que administra esta Casa de Lectura, remanso e inspiración al caer la tarde de la Angelópolis y un sitio extraordinario en el que las horas transcurren en la soledad cómplice que brinda un libro, un paseo por su librería o una tertulia amable con la excelente cerveza de barril que sirven sin ceremonia y a la que le vienen bien unos montaditos de tomate y albahaca que, en su simplicidad, saben a gloria en un espacio que no pretende ser más de lo que es: una invitación permanente para leer y sentirse a gusto en un lugar extraordinario.

Se trata de una vieja casona, quizá una de las más antiguas de la capital poblana, conocida, allá por el siglo XVI en Casa de la Limpia, fue rescatada de ese abandono que destroza el corazón y que se apodera de los inmuebles. Y es un triunfo de la persistencia de un grupo de poblanos que, supongo, tuvieron la visión necesaria para recuperar la vieja casa e imprimirle una renovada personalidad.

El concepto exitoso de Profética se ve recompensado por los parroquianos fieles, los descubridores cotidianos y los vándalos imprevistos. Como ésos que se robaron, recién, el bello poema, impreso sobre una lámina transparente, en el aseo de los caballeros, que permitía recuperar la mirada lúcida al repetir, desde el corazón del poeta.

En Profética he sostenido largas charlas con amigos queridos. Y largos soliloquios de los que pueden testificar los muros venerables del edificio original. Siempre, la imagen que me llevo es la misma: un servicio irreprochable a precios justos. Si desea saber más sobre el lugar visite www.profetica.com.mx o deténgase en la esquina de la 3 Sur y la 7 Poniente, en el Centro Histórico de Puebla.

Sea uno poeta, escritor o simple caminante, llegar a Profética y sentarse a la orilla de la fuente que ilumina el centro del vetusto patio, es una suerte de reencuentro, de darle tiempo al corazón para echar una mirada sobre sí mismo.








Aldrin Lenin Gómez-Manzanares

jueves, marzo 23, 2006

Inspiraciones y cenas petit comité


Tuss Fernández es, además de una persona inteligente, una amiga extraordinaria. Esa dupla fantástica que ha logrado con Jordi -aunque, debería hablar de un trío sui generis, que completa Igor- me ha regalado un par de recetas maravillosas para resolver ese dilema cotidiano que puede ser organizar una cena entre amigos.

Cenar... el ritual más preciado para los que aman la buena cocina. Y es que basta descorchar una par de botellas de vino y dedicarle un par de horas al horno y las hornillas para cumplir por todo lo alto.

Los mexicanos entendemos la cena como un acto de respetable tradición. No es extraño que, en todas las comarcas, sea éste el momento elegido para reunirse con los amigos y dedicarle un buen tiempo a la tertulia.

Desde una visita a las taquerías de rigor, hasta sentarse en la sala o el comedor con sólo pan y queso, pasando por la, más elaborada pero siempre gratificante cena en forma. Y Tuss nos obsequia, ahora, dos secretos que, por su deliciosa sencillez, seguro, le resolverán la vida -por lo menos ese espacio de vida que resulta ser una cena en casa- a quien se anime a probar sus propuestas. Helas aquí:

FETUSSINI AU QUATTRO FROMAGGI


Empecemos por aclarar un par de puntos de esta receta. En primera, que no se trata de un fetuccine (fetussini); el nombre solo se lo hemos dado para satisfacer la vanidad y el ego de quien les comparte esta receta, sin embargo, ocuparemos de preferencia una pasta corta (farfalle, fusilli, penne, etc), Ok, dicho esto, pasemos a la segunda aclaración; resulta pues, que nuestra pasta tampoco es a los cuatro quesos, sino a los 3 y medio, claro está, cada quien puede hacer sus propias adaptaciones. Ahora sí, alisten los mandiles!

Ingredientes:

1.- Suficiente pasta de su elección (para 4 personas aprox.) cocida al dente en agua con sal, un diente de ajo, un par de hojas de laurel y un chorrito de aceite de oliva.

2.- 3 cdtas. De Mantequilla
3.- Un diente de ajo finísimamente picado (sin corazón).
4.- 2 cdas. De Crema o queso crema.
5.- 50gr de queso gouda rallado.
6.- Un chorrito de vino blanco.
7.- Sal y pimienta.
8.- Queso parmesano rallado fino.


En este mismo orden, a fuego lento (como diría Rossana) derretimos la mantequilla a y freímos el ajo hasta que quede perfectamente dorado, agregamos la crema e integramos lentamente; poco a poco, integramos también el queso gouda y esperamos a que se derrita completamente, salpimentamos y agregamos el vino blanco. Dejamos al fuego el tiempo suficiente para que se evapore el alcohol del vino y se integren todos los sabores. Nos debe quedar una salsa de consistencia media, de modo que si está muy espesa, pues agregamos otro chorrito de vino.

Ahora solo basta con servir la pasta en el plato, bañarla con la salsa bien caliente y espolvorear el queso parmesano. Voilá!

Es una receta deliciosa, elegante y muy sencilla de preparar. Amigos, Bon apetit!


Este fetuccine me recuerda a las enseñanzas de Mikael Nordman, el finlandés bárbaro, vikingo y generoso que compartía con Ricardo Ramírez y un servidor la vida en la ciudad de México, allá, a principios de los 90. De esas aventuras ya les contaré más adelante. Continuémos con el plato fuerte. Yo lo acompañaría con un Paternina Banda Azul, que es un vino español, riojano, de muy buen ver y mejor sabor. Vá...

Livre de Couchon au Tussette


Resulta que esta sencilla receta es digna de un verdadero gourmande, pero sobre todo, es un arma letal para todos aquellos que no gustamos de las complicaciones a la hora de cocinar, pero que apreciamos el arte del buen comer.


Ingredientes:

1Kg de lomo de cerdo
Sal y pimienta
8 Lonjas de queso manchego (7cm de largo aprox)
8 rebanadas de tocino
Mostaza de Dijon
Una Botella de Vino blanco.
Dos palillos chinos o un par de brochetas de madera (hay que sacarles punta).


Preparación:

Precalentemos el horno a temperatura media.

En primer lugar hay que filetear el lomo a manera de libro (de forma horizontal y dejando aprox. 1cm de unión con la base del lomo). Una vez fileteado, salpimentamos perfectamente sin olvidarnos de los entrecortes. Sean generosos con la sal y la pimienta. Envolvemos las lonjas de queso en el tocino y las colocamos entre cada página de nuestro cárnico libro. Atravesamos el lomo con los palillos de manera vertical para que nuestros filetes no se separen y se cuezan de manera uniforme. Listo, ahora untamos la mostaza de Dijon en toda la carne, esto es al gusto, aunque yo sugiero que no se limiten y lo hagan sin temor.

Una vez terminada la carne, la colocamos en un refractario o un molde para hornear previamente engrasado con un poco de mantequilla y bañamos completamente el lomo con al menos media botella de vino blanco; no vayan a empinársela toda de un jalón ni a beberse el sobrante que todavía lo vamos a utilizar para el resto de la cocción.

Debemos cocer la carne por aproximadamente una hora y debemos estar muy al pendiente de que no se reseque la parte de arriba, por lo tanto hay que estar bañando constantemente el lomo con el vino y asegurarnos de que éste no se consuma por completo (en el refractario claro está) pues será la salsa que lo haga delicioso.



Será la sangre gallega de Tuss, o la inspiración de tantas batallas ganadas, pero estas recetas merecen un 10. Y, si por alguna razón -de esas extrañas razones que el destino nos presenta cuando la cena se convierte en una francachela- al vino le sobreviene el vodka, el tequila, el ron o el brandi, he aquí una receta de Carím, el viejo lobezno, para recuperar el brillo en la mirada... el día después de mañana:


En un tarro escarchado, de preferencia de esos que tienes en el congelador, (Carím es uno de esos raros y previsores personajes que tienen ¡tarros escarchados en su refri) con poca sal vas a poner 3 hielos de buen tamaño, el jugo de 2 limones, un poquitito de jugo maggi, un chisguete de salsa inglesa. Llenas la mitad del tarro de Clamato y el resto con cerveza de tu preferencia y... Listo!!! con 3 de esos, una jetita de unas 2 horitas tienes para ser un hombre Nuevo, Potente, Precioso y Saludable!!!!

Esta sabia receta me la proporcionó Carím, en uno de esos días que, a todos, nos pueden pasar. Y asegura que es infalible. ¿Será?

Conque, ¡Provecho y salud!


Aldrin Lenin Gómez-Manzanares

martes, marzo 21, 2006

3 Almuerzos Mexicanos 3

¿Tienen idea lo que es una buen almuerzo mexicano -serrano, específicamente, de la Sierra Norte de Puebla, para no ir más lejos-? Pues yo se los presento, con mucho gusto.

Se trata de variedades del famosísimo chile con huevo, que es, probablemente, el más democrático de los platillos y de esa especialidad tan nuestra de almorzar como Dios manda. En efecto, una gran mayoría de personas, independientemente de su condición social, cultural o económica, saben apreciar tan singular especialidad gastronómica.

Así es: Almuerzo, con mayúscula; ése espacio de tiempo, entre las 10 y las 11 de la mañana, que, en provincia, se aprovecha para visitar los fogones. Un almuerzo que se precie se sirve con tortillitas recién hechas -como esas tortillas azules, de maíz oscuro, cuya consistencia y sabor excepcional se magnifica con un buen golpe de comal- salsas molcajeteadas, frijoles refritos (esa es otra especialidad: cazuela de barro, un buen chorro de aceite, aunque las cocinas ortodoxas utilizan manteca de cerdo de la mejor calidad, y un poco de cebolla fileteada, que se saltea a fuego vivo, hasta que se pone un delicioso color caramelo. Luego, vienen los frijoles -previamente "guisados", es decir, sazonados y fritos de manera ligera- que se martajan en la cazuela hasta convertirse en un puré delicioso.

Y lo que venga: chorizos recién fritos, queso fresco colocado en su correspondiente hoja de papatla, aguacate, chilitos verdes, los auténticos serranos, de Xilocuautla, Cuacuila o Ahuacatlán, un poco de chicharrón crujiente... y muchas delicias más.

Pero, concentrémonos en el platillo estrella: el chile con huevo. Sobre el tema, se me ocurre que podríamos escribir un tratado e involucrarnos en mil polémicas. ¿Cuál es la mejor receta? ¿La de chiles serranos, desvenados -herencia de esa familia que quiero con todo mi corazón y que observa, desde hace generaciones, la venerable tradición del almuerzo-y tostados en el comal, y liucados, luego, en una salsa maravillosa que se cocina con un toque de epazote? ¿La deliciosa receta con chipotle que me confió esa cocinera de excepción que es Claudia de Márquez, a propósito de un documental sobre cocina de Huauchinango que mandó a grabar el entonces gobernador Bartlett y que, por cierto, sólo él sabe si se difundió? ¿La clásica que incorpora tomates verdes o de "riñón" en una salsa ligera de sabor profundo? He ahí el dilema: como sea, nada identifica tanto a la cocina de esa región como un buen plato de Chile con Huevo y un trozo de cecina asada al momento.

Pregúntele a cualquier paisano: de Zacatlán -donde la generosidad sin límites de la familia Gómez Cruz me llevó a probar muchos de los mejores almuerzos de mi vida-, de Cuetzálan -con esa cecina ahumada incomparable-, de Teziutlán, en donde añaden TLACOYOS (Así se escribe. Y, si quieren, polemizamos) o Zacapoaxtla, Chignahuapan o Xicotepec (ya les contaré de Fanny, de esa querida población). Cualquier serrano que se precie les contará historias tejidas alrededor de un almuerzo. Y de sus versiones de Chile con Huevo, que siempre serán entrañables.

Y, si un día visitan estas tierras del señor, no lo duden: sus anfitriones les alumbrarán la mañana con un almuerzo tradicional de esta tierra cuyos prodigios son inagotables.

Aldrin Lenin Gómez-Manzanares

sábado, marzo 04, 2006

Cuadernos de Viaje IV. La Cabaña y otros lugares básicos


La conocí siendo muy pequeño. Es probable que mi primer contacto con este mítico restaurante haya ocurrido antes de que tuviera conciencia de las cosas, por tratarse de un lugar clásico para los serranos. La Cabaña, el feudo que durante décadas trajo prestigio a don Sergio Melo y su familia, y que se convirtió en uno de los restaurantes más famosos de la vieja carretera México-Tuxpan.

Ubicado en las inmediaciones de la presa de Tejocotal, en un punto intermedio entre Huauchinango y Acaxochitlán, La Cabaña se erige como un símbolo de la buena comida, de los encuentros familiares, de los planes y las pláticas amables en el interior maravilloso de la edificación, cuyo original estructura era toda de madera -tablas cepilladas y costeras, del ocote que abundaba en la región-.

Dani Velázquez, ese gourmet científico y amigo entrañable, coincide conmigo en que la sensación que invadía a uno, apenas trasponiendo las puertas, es inolvidable: una mezcla de aromas de madera, carbón encendido y humedad dan la bienvenida antes de conducirnos a una de las rústicas mesas del feudo. Al centro, para comenzar, una entrada inigualable -e irrepetible porque, salvo la que ofrece La Posta, en Tulancingo, no he conocido una que se le aproxime- de queso crema, chorizo ahumado y salsa molcajeteada.

De veras, el sabor de esa combinación supera las expectativas por lo que, creo, es su secreto: el chorizo ahumado y asado en la parrilla de la gran cocina de La Cabaña, y la sutil liga con el queso y la salsa, de chiles serranos -verdes o morita- y el tomate de la región, con su ligero acento ácido.

Tan famosa era la cabaña, que muchas personas hacían viajes ex-profeso desde la ciudad de México y otros puntos. Prueba de ello es la cantidad increíble de recuerdos escritos en las paredes del restaurante; recuerdos de visitas, de amores suscritos, de pactos de honor, de días felices, de tardes de copas, de conjuras y de celebraciones que se fraguaron enmedio del bosque magnífico que rodea a La Cabaña.

En la escuela primaria tuve, como amigo y compañero, a Fernando Melo, hijo menor de don Sergio, que me invitaba los fines de semana al negocio de su padre: allá ibamos, en una camioneta VW Panel azul, a recorrer los territorios de La Cabaña y a desafiar esa cuesta diabólica de donde pendía una cuerda ídem... para volar como tarzanes improvisados y divertidos entre los árboles añosos.

También podía, uno, pasear en los caballos pony adiestrados ex profeso, o jugar en el parquecillo aledaño.

Pero el hallazgo era la comida: sopas de hongos y flor de calabaza, quesadillas humeantes recién salidas del comal, y esas carnes asadas al carbón, fastuosas y generosas -la costilla de La Cabaña, con su guarnición sencilla de enchiladas y frijoles refritos, no admite competencia-. Cómo no, eran tiempos en que, una comelitona en La Cabaña debía acompañarse con un buen tequila, una cerveza fría o una de esas misteriosas botellas de manzanita de Acaxochitlán, refresco local, ligeramente fermentado, elaborado con las manzanas de ese hermoso pueblo hidalguense.

En La Cabaña sellé muchas etapas. Ahí proyecté lo que, pensaba, era el más importante reto de mi existencia. Y ahí también, espero, volveré un buen día de estos a soñar otra vez. Al fin y al cabo, el tiempo es una secuencia de ciclos y recapitulaciones. Y una forma de reconciliarse con el mundo es ir a La Cabaña, aunque sea para sentarse frente a uno de los ventanales que dan al bosque, pedir una cerveza y dejar que la música de piano de fondo -¡Sí, tenían un pianista!- nos deje mirar a la vida con un ánimo sereno.

Ya vendrán más crónicas sobre otros lugares igualmente emblemáticos: la referida Posta, el Tokopari -luego convertido en Restaurante Texcapa, donde las entradas de tripitas en chiltepín no tienen pierde-, La Molienda, La Choza de los Compadres -proyecto, ahora, de Migue Goyco, entusiasmado con la perspectiva de su recién inaugurada paternidad- y un sitio que quedó grabado en mi memoria por lo insólito de su ubicación: el Chez Heather, en una ladera con vista a la presa de Necaxa. Pero esas, diría la Nana Goya, son otras historias.


Aldrin Lenin Gómez-Manzanares

miércoles, marzo 01, 2006

Cuadernos de Viaje III. Más de remedios poblanos


¡Ninguna como La Cantina de los Remedios! Ya se que esta expresión puede parece un exceso, pero, de veras: el ambiente de La Cantina... (La original, la de la Avenida Juárez, en la amada Puebla de los Ángeles-de Zaragoza) es inigualable y en esta transición febrero-marzo me di un tiempecillo para ir con mi admirado Daniel Velázquez, amigo, conocedor y prestigiado nutriólogo, a dar una vuelta por el feudo de La Paz.

La Cantina de los Remedios de Puebla no se parece a sus clones defeños de Tíber e Insurgentes: aquí, se trata de un espacio amable, dominado por una barra impresionante que mide 18 metros de largo, según nos confirmó el mesero.

Decorada con motivos mexicanos -del mexican kitsch, si se quiere- Los Remedios son una institución en la vida cotidiana de los visitadores de bares en Puebla: buen servicio, precios justos, buena comida -no deben perderse los deliciosos cacahuates tostados con ajo y chile de árbol, que ofrecen regularmente- y un ambiente idóneo para las lágrimas: las de alegría, las que produce el condimento picoso de un platillo, o las que se derraman, eventualmente, cuando el recuerdo emerge del fondo de un caballito de Cuervo Tradicional -mi preferido, ciertamente-.

En La Cantina de los Remedios es posible cantar, bailar, conversar sin mucho esfuerzo y disfrutar de un ambiente relajado en el que predominan los grupos de amigas y amigos. Como toda cantina que se precie, los parroquianos pierden su status apenas cruzando la puerta de entrada, y el lugar se convierte en un gran salón de camaradas, donde la belleza, el buen humor y las anécdotas siempre tienen un lugar.

Conozco el lugar desde hace varios años y, debo decirlo, siempre me parece renovado y fresco. Acaso, será, que La Cantina de los Remedios se ha convertido en referencia inegable para este escribidor: punto de partida, fin de ciclo, lugar de celebraciones... como la que ayer, a finales de febrero, compartió conmigo Daniel. Bendiciones que la vida nos entrega cada vez que creemos en ella. Y la Cantina es eso: un lugar para creer. (foto, jorgecarvallo.com)


Aldrin Lenin Gómez-Manzanares