lunes, agosto 07, 2006

De vuelta. Una visión de La Condesa.

De vez en cuando, una vorágine me atrapa, (creo, por cierto, que es un asunto cíclico), y me retira, temporalmente, de mis actividades cotidianas. Ofrezco una disculpa y acá vamos, con renovados bríos, a seguir explorando este mundo de cazos, cazuelas y botellas.

A finales de los años 80 visitaba a mi amigo Lanz, por esas calles sombreadas de la colonia Condesa, en la Ciudad de México. Era, entonces, una colonia apacible, donde, incluso, uno sentía cierta opresión al intentar cruzarla en la noche, por lo solitario del rumbo.

Un par de ocasiones, cuando no encontraba a Rodolfo -y me perdía de esas cenas fenomenales, trincadas, con las que la noche comenzaba- decidí cenar el Sep´s, el orgulloso restaurante alsaciano que, solitario, se convertía en un faro centelleante con el neón decadente que anunciaba su presencia.

Hoy, La colonia Condesa vive su propia decadencia luego de protagonizar, durante una década, más o menos, un boom de restaurantes, bares, cantinas, pizzerías y propuestas más o menos decorosas.

No quiero decir, desde luego, que la actividad del sector se derrumbará estrepitosamente pero sí creo que, por puro sentido común, las cosas habrán de encontrar un cauce equilibrado en esa conflictiva zona.

¿Mi recomendación? Visítenla y disfrútenla. Vayan sin auto, para no enfrentar a las mafias de acomodadores y su rabioso concepto del "servicio al cliente". Caminen por sus calles arboladas, tomen café -La Selva sirve café-café, sin aditamentos extraños- y disfruten de la ecléctica naturaleza de un sitio excepcional. Y miren cómo, poco a poco, esta colonia recupera su verdadera personalidad y elimina, con esa habilidad milenaria de lo mexicano para desprenderse de su piel ajada y replantearse la vida con una nueva, los clichés, y demás accesorios petulantes que la caracterizaron los últimos años. Lo siento por la Roma y la vecina Escandón, sobre las que se cierne la siniestra sombra de la moda.

Aldrin Lenin Gómez-Manzanares