jueves, septiembre 29, 2005

De tlacoyos y cecinas.


Un paseo por los fogones de la Sierra Norte.




Puebla y su gastronomía popular han dado pie a cientos de crónicas sobre las bondades de nuestra cocina. No sólo la de los valles centrales, que merece con creces su condición singular y todos los adjetivos que aquí podemos imponerles se quedarían cortos.

Pero la cocina poblana tiene un rostro igualmente delicioso: el de la Sierra Norte del estado. Producto del paso regular y sostenido, durante siglos, por viajeros y arrieros que hacían el tránsito de las costas del norte de Veracruz hacia la ciudad de México, crecieron y se desarrollaron ciudades en las estribaciones de la Sierra Madre Oriental que, en su paso por Puebla, conocemos como Sierra Norte.

Teziutlán, Zacatlán, Huauchinango, Chignahuapan, Zacapoaxtla, Tetela, Xicotepec, Pahuatlán… nombres sonoros para poblaciones entrañables donde, la comida y la buena bebida, son toda una revelación.

Probemos los tlacoyos, las cecinas y chorizos ahumados. Los moles especialísimos –sobre todo aquellos que cocina la noble raza Náhuatl que puebla las montañas y mesetas de ese espacio prodigioso. Y dejemos espacio para los guisados a base de hongos y setas silvestres, las cazuelas y las ollas de invenciones mestizas, indígenas y criollas, tan diversas como la sociedad que habita nuestra Sierra amada. Prepare su itacate con tortillas azules que, en los comales de barro curado, se convierten en bendiciones a la mesa.

Entremos a descubrir la tradición vinícola de la zona, que en lugares como Zacatlán y Xicotepec ha dado lugar a verdaderas creaciones del arte del fermentado y el destilado.

Visitemos los tianguis centenarios para descubrir la magia de los productos frescos: frutas, verduras, condimentos e implementos de una cocina extraordinaria y, quizá, poco conocida.

Viajemos, pues, a recuperar esos olores y sabores de la sierra pródiga. Le aseguro que en ese ánimo, todos aprenderemos a amar, un poco más, esta tierra nuestra que nos cobija y alimenta.

Aldrin Lenin Gómez-Manzanares. www.lamesapuesta.blogspot.com

viernes, septiembre 23, 2005

Salón Corona. Otro clásico de la ciudad


Por alguna inexplicable razón, no les había platicado sobre este lugar, clásico, intemporal, básico, de la calle de Bolívar, en el número 24, entre Madero y 16 de septiembre.

Sobre el Salón Corona se han escrito decenas de crónicas. Se trata de una de las cervecerías de mayor arraigo en el centro histórico de la ciudad de México. Asediado, todos los días, por intelectuales, yuppies, turistas y parroquianos fieles, el Salón Corona es una excelente propuesta para iniciar una expedición por la ciudad vieja. O para prepararse para expediciones más ambiciosas por la capital del altiplano.

De entrada, llegar al Salón Corona es una invitación sensorial: dos barras a los lados en las que se tira la cerveza de barril, clara u oscura, en cañas o bolas. A la entrada, un maestro pastorero se da gusto en el enorme trompo y, a la izquierda, las mayoras se afanan en preparar tacos de guisado, quesadillas y otras especialidades tradicionales.

Al fondo de la barra derecha, una cocinera se dedica a crear campechanas, vuelve a la vida y demás delicias clásicas de las tabernas donde se ofrecen mariscos.

Curiosamente, si uno va solo, siempre encuentra lugar. El problema es cuando se acude en grupo, pues las filas para entrar al salón principal pueden desanimar a más de uno.

Es una de esas cervecerías donde los meseros son eficientes, amables y razonablemente rápidos. Apenas se instala el comensal y llega a la mesa un plato de rodajas de zanahoria encurtida, que se presenta como una cordialidad del establecimiento.

Cada quien tiene preferencias claras respecto al tipo de cerveza que le gusta -en el Salón, sólo venden cerveza, así que olvídense de las cubas y los desarmadores- aunque aquí la disyuntiva es la caña -el tarro pequeño, en el que cabe una cerveza de 325 ml- o la bola, en la que se tira medio litro de fresca y deliciosa cerveza mexicana.

Para acompañar, las tortas de pulpo, de bacalao... los cocteles, las quesadillas o las gringas magníficas, en una tarde sin complicaciones y en un ambiente agradable.

En una ciudad como esta, en donde todo es complicado por los cadeneros, los valet parking, los covers absurdos, regresar a la simplicidad de un sitio como el Salón Corona, es cosa de celebrarse. Y si es con los amigos, mejor.




Aldrin Lenin Gómez-Manzanares

martes, septiembre 13, 2005

Una receta Diabla


A petición del respetable, ahora presentaré una serie de recetas de mis entrañables amigos y amigas. Comencemos.

María, adorada, me manda una receta que ha bautizado como Escalopas de pollo a la Diabla. De acuerdo con ella, se hace como sigue:


TE PASO UNA RECETA RAPIDISIMA:

PECHUGAS ENDIABLADAS; PORCION PARA 4 PERSONAS. COMPRAS UNA PECHUGA
PARTIDA EN 4... NO, NO ES CIERTO... DE UNA PECHUGA QUE TE HAGAN 4 MILANESAS DE PECHUGA; LAS FRIES CON MANTEQUILLA , SAL Y PIMIENTA (le pregunto si hay que aplanar las pechugas)

AJÁ APLANADAS... Y DESPUES, EN LA LICUADORA BATES UN POCO DE LECHE CON UNA LATITA PEQUEÑA DE CHIPOTLES (Con los chipotles, desde luego)

ESOS SON SEGUN EL GUSTO POR EL PICANTE... LO MUELES MUY BIEN Y LO ECHAS EN LAS PECHUGAS... LO DEJAS QUE EN EL FUEGO UNOS 5 MINUTOS Y LE AÑADES CREMA

ASI ES... AHHHH!!!!!! PERO DEBES COLAR LO QUE BATISTE EN LA LICUADORA

La mezcla de los sabores sutiles de la mantequilla, con el gusto ahumado de los chipotles y la textura de las pechugas sobre la plancha...

Y LISTO!!!! UNAS DELICIOSAS PECHUGAS ENDIABLADAS CON ARROZ BLANCO

EN UNA TACITA PONES EL ARROZ BLANCO Y LO VOLTEAS Y LO PONES JUNTO A LA PECHUGA Y LO COMES CON TORTA DE AGUA (Un tipo de pan especial que venden en Puebla, pero que puede sustituirse perfectamente con bolillo de calidad, o un pan chapata, si se prefiere) PORQUE CON TORTILLA NO SABE IGUAL. ADEMÁS ME FALTÓ DECIRTE QUE EL TOQUE FINAL DE ESE GUISO ES PONERLE UNAS REBANADAS DE QUESO AMARILLO ENCIMA Y DEJAR QUE SE DERRITAN

De acuerdo, María. He aquí una receta sencilla, deliciosa y rápida. ¿Qué le va bien a una preparación como la descrita? Yo le añadiría una ensalada verde con un aderezo ligero, y acompañaría con un fresco vino blanco semiseco o una cerveza clara. Provecho.

Aldrin Lenin Gómez-Manzanares

viernes, septiembre 09, 2005

Hamburguesas. Mitos y realidades

Hace algunos años, en una expedición por la calle de Donceles, en el centro histórico de la ciudad de México, me encontré, de pronto, en una de esas maravillosas tiendas de libros usados. Ahí, mientras recorría con la vista los gigantescos anaqueles, descubrí el libro ¿Hamburguesas? No, gracias, del periodista y restaurantero Luis Marcet.

Luis Marcet escribió, durante mucho tiempo, una columna semanal en Excelsior. La columna, de grata memoria, era El Rincón de Gatrófilus: escrita con un tono de erudición y sinceridad llana, la columna fue un clásico en ese diario.

Pues bien, llegué al famoso libro con una especie de reticencia, de un cierto prejuicio ante la postura de negación que, de entrada, presentaba mi admirado autor. Pero no, en realidad, la negativa de Marcet era una invitación para redescubrir la cocina desde una perspectiva equidistante al furor de "cómida rápida" de los años 80 y 90.

Marcet es precursor, no se si formal o informal, del movimiento Slow Food, que, desde Europa, promueve una visión amorosa respecto a la cocina y la bebida.

Un libro maravilloso, fiel representante de la crónica gastronómica que tantas glorias le dio a don Luis - creo que es propietario de Costa Vasca y Tezka, dos restaurantes de gran prosapia entre el público conocedor- que termina, justamente, con una excelente receta de hamburguesas a las brasas.

Yo, por mi parte, soy un defensor férreo de las hamburguesas porque mi aproximación a la cocina se dio, precisamente, en un establecimiento de este tipo. El mítico Sipirili Burguer. Se trataba de un pequeño ejercito de entusiastas neófitos en materia restaurantera que decidió abrir un local en plena feria de Huauchinango, allá por el año de... gulp... 1989...

El ejercito en cuestión: Elizabeth Gómez, Carím Pablo y Pilli Pablo, Toño y Zipe Herrera, Raúl "El Pino" Velázquez, Julius y Scappy Sánchez, Rafa Borbolla, Mario Maesse y un servidor, (¿se me pasó alguién?, por favor, díganme) Armados con los delantales de rigor, colocadas las comandas de "consumo interno" en la parte posterior de la barra, iniciamos actividades en una lluviosa tarde de ese lejano año 89 (¿ o noventa?) A la parrilla, un servidor, provisto de la receta que me regaló Paco Vázquez y que, a la fecha, sigue siendo mi norma preferida para preparar hamburguesas a las brasas. Auxiliado por Sonia Urbina, en su condición de pinche, nos dedicamos a surtir decenas de órdenes de hamburguesas. Todo bien, salvo los reclamos ocasionales porque algún insecto inofensivo se aparecía en el plato, pero las hamburguesas fueron un exito.

Les debo decir que el "consumo interno" de caribes coolers y cervezas coronitas también fueron un exito.

Y ahí aprendí una serie de secretos que, con mucho gusto, comparto ahora con ustedes. Las hamburguesas deben prepararse con carne de res 100%. Esto parecería una obviedad pero, en realidad, siempre compramos "carne molida para hamburguesa" sin estar seguros de la procedencia de esa materia prima. Lo idóneo es que acudan a la carnicería de su confianza y pidan que les despachen carne molida en el acto. Recomiendo la pulpa, por ser una carne magra de excelente calidad. Justo cuando muelen la carne, es preciso solicitar que muelan, en ese mismo momento, una parte proporcional del mejor tocino que puedan conseguir: si piden un kilo de carne molida, que el carnicero añada 300 gramos de tocino. ¡Listo! la combinación de sabores de ambas carnes es el secreto básico de una buena hamburguesa a la plancha o a la parrilla. Preparen las hamburguesas y colóquenlas entre hojas de polipapel o plástico, para que nos peguen y resérvenlas

A esa preparación pueden añadirle una serie de complementos deliciosos: lonchas de queso chihuauhua derretido, pepinillos encurtidos, aceituna rebanadas, chimichurri, varias combinaciones de lechugas, chiles en escabeche o chipotles, rebanadas de cebolla... lo que quieran, mientras los ingredientes sean de alta calidad.

El pan industrial es una buena opción. Si tienen el cuidado de tostar ligeramente cada pan, tendrán una hamburguesa de altísimo nivel. ¿Para acompañar? Una cerveza fría, sin duda, aunque les viene bien un vinotinto joven y fresco.

Como ocurre en la mayoría de las preparaciones con carne a la plancha o a la parrilla, es importante recordar que una hamburguesa sólo requiere dos movimientos: se coloca en la parte caliente de la parrilla, hasta que selle la superficie que está en contacto con el calor. La señal es que comienzan a notarse los jugos de la cocción... ojo, este es el momento para salar y, enseguida, voltear la carne para terminar su preparación. En este momento se añade un poco más de sal y la pimienta al gusto.

Listo. A disfrutar de las hamburguesas y a descubrir por qué este platillo sigue siendo uno de los clásicos de la cocina al aire libre. Buen provecho

Yo guardo muchos recuerdos de las hamburguesas. Y, en Puebla, especialmente, de un establecimiento que las hace al estilo Sinaloa. No sólo las hamburguesas de ese lugar, frente a Plaza Crystal, que son excelentes. Ahí descubrí, en los ojos negros y profundos de una mujer adorada, la inspiración con la que me tocó durante varios años.

martes, septiembre 06, 2005

Adiós a la Estrella de Galicia, bienvenida Terra Galicia


Algo me llamó la atención en las páginas de El País, el diario español que compro los domingos: de la primera plana del tabloide, echaba de menos la inserción de la cervecería Estrella de Galicia... aún así, un jueves, de estos jueves melancólicos y grises en los que se convierte la ciudad, quedé con Loui para ir a descifrar el misterio de Alejandro Dumas número 7, en Polanco.

Ahí, justó ahí, desapareció La Estrella de Galicia. "Es que tuvieron broncas con el nombre" me explica el valet parking. No se lo creo y entramos a Terra Galicia, el nuevo nombre de este lugar de tapas. "Tuvieron problemas con Estrella, la cerveza que maneja el grupo Modelo", me dice el capitán. Tampoco le creo, porque la Estrella de Galicia y la Estrella son dos cervezas distintas. (por cierto, si tienen tiempo, les recomienda el sitio de la vieja Estrella de Galicia polanqueña, en www.estrellagalicia.com)

Eso es lo de menos, vayamos a las tapas: el concepto de Terra Galicia es agradable, limpio, sin pretender competir con los edulcorados conceptos de los alrededores. (bueno, es una exageración, pues las hamburguesas del Hard Rock vecino son de lo mejor que se puede pedir en la ciudad) con un nicho de mercado bien definido y un ambiente agradable, sobre todo en la parte del restaurant, alejado del ajetreo natural de la zona del bar. El servicio es bueno a secas, impersonal y medianamente instruido. Las cervezas, servidas a la temperatura ideal: frías hasta perlar el vaso contenedor -largo, esbelto- pero no tanto como para provocarnos ese dolor instantáneo que nos produce consumir repentinamente helado. Lo mejor de la noche, los chorizos a la sidra: firmes, con un correcto sabor ahumado, servidos en esa salsa ligera en la que ligan el pimentón y los jugos de la cocción del embutido. Mención honorífica para el salteado de espárragos que nos llevaron al final. Una delicada combinación de vegetales bien cocinados en la sarten, con fuego alto y una buena echada de aceite de oliva. Excelentes junto al pan campesino que sirven como complemento.

En general, los montaditos de jamón serrano, muy buenos, aunque en un lugar como Terra Galicia uno esperaría que le dijeran qué tipo de lonchas le están sirviendo.

Tentado a probar un vinillo, consideramos, por sugerencia de mi amigo, que lo mejor era probar las cervezas que dan origen al lugar. Una cava modesta la de Terra Galicia, que sufre de ese síndrome capitalino, nefasto, por cierto, de tratar al consumo de vinos como una disciplina snob y subir, artificialmente, los precios de esos caldos. Ni modos, aunque me llamó la atención que en el rubro de vinos mexicanos tienen una oferta digna representada por Casa Madero. Vientos huracanados.

No pude conocer Estrella de Galicia, pero me encontré con este agradable feudo, Terra Galicia, que me convenció sin duda. En el bar contiguo, en la terraza cubierta o en la planta alta, un lugar para disfrutar el arte del tapeo y los pintxos, para conversar amigablemente, para cenar con los amigos o para dejar que la noche fluya en ese marco sobresaliente que es Polanco, en la ciudad de México.

Acotaciones a LaMesaPuesta. las deliciosas Cemitas poblanas


Muchas gracias por las observaciones recién recibidas, lo que me permite hacer algunas aclaraciones al calce.

LaMesaPuesta inicia una nueva etapa, más impersonal, quizá, pero también más ambiciosa. A partir de esta entrega.

Como saben, LaMesaPuesta acude, de manera anónima y sin identificarse, a los distintos establecimientos aquí reseñados. La razón es muy simple: existen cierto tipo de periodistas del ramo que aprovechan su condición para hacerse de jugosas cortesías. Así de simple pero, para este humilde director editorial no es el caso.

Luego entonces, ¿por qué la advertencia? pues porque quiero invitarles a reseñar -con desenfado, con cierta irreverencia- las mesas puestas de cada lugar donde nos hacen el favor de leernos. Vale, me preguntaba una amable lectora el por qué todo parece perfecto en las reseñas que hago... pues porque de verdad trato de ir a lugares que valen la pena: esa es la virtud de los que buscamos en la cocina un poco de inspiración enmedio del ajetreo.

¿Quieren comprobarlo? les hablaré, entonces, de las míticas cemitas poblanas.

Esta es una historia de amor entre Puebla y los españoles que hicieron la ciudad, trazaron sus calles y llevaron sus tocinerías y panaderías a las viejas casonas que, todavía, se ven airosas en el centro histórico de la Puebla de los Ángeles. O de Zaragoza, para que no se irriten los liberales.

Definamos, en principio, qué es una cemita: se trata de un cierto tipo de pan salado, crujiente, de pasta firme. Un híbrido entre el pan rústico de europeo, los bolillos, teleras mexicanos, y el chapata italiano. Una cemita, para preciarse de serlo, es grande. Y una vez preparada, es todavía más grande. A la cemita se le hace una incisión y se le añade, prepárese, cantidades ingentes de aguacate fresco, lonchas delgadas de queso blanco, rebanadas ligeras de jitomate y cebolla... y una larga lista de peculiaridades: chiles rellenos, pata en vinagreta, milanesa, queso de puerco, jamón, carne enchilada... de acuerdo a las personalísimas predilecciones. A la cemita se le corona, con otra singularidad, que no es más que trozos de pápalo fresco -hojas de una penetrante sabor, propias del centro de México- y el toque maestro que sólo un buen chorro de aceite de oliva puede dar.

Listo, he aquí la cemita, la ubicua, la que comparte mesa de postín o de barriada, la que se sirve como tabla de salvamento los domingos familiares, o representa un prodigio luego de una jornada de caminata por la capital poblana. La misma que circula entre la afición durante un partido en el Estadio Cuauhtémoc o que la encuentra en la central de autobuses -esta, particulrmente exagerada en sus rasgos básicos y ligeramente adulterada-. Es la cemita, la del Carmen, donde las fila puede hacernos esperar durante media hora mientras un ejercito de afanosas ¿cemiteras? preparan miles para deleite de la sociedad de la noble Puebla.

Hay variaciones, desde luego, como esas deliciosas cemitas de carnitas que venden en Los Arcos, el Sancta Sanctorum del rubro en Puebla. O las que venden en la carretera federal a Atlixco o en el entrañable Bulevar que conduce a Valsequillo y su zoológico fantástico.

Personalmente, prefiero las de La Bodeguita: un local minúsculo, de la calle 7 Oriente, muy cerca de Los Sapos. Aquí llegué gracias a los buenos oficios de Carlo Pini, quien entonces era Jefe de Información de El Universal de Puebla. Misterioso, Pini me convidó a La Bodeguita, donde aprendí a disfrutar este platillo poblano en el que, creo, es el lugar apropiado para iniciarse en estas lides. Si mis cálculos no fallan, La Bodeguita debe estar cumpliendo medio siglo de cemitas, tortas de agua y una mini carta de postres donde destacan las natillas y los dulces típicos.

Yo tengo mucho que agradecerle a las cemitas, especialemente, los asombros, los sabores y las texturas en las tardes claras de esa luminosa ciudad de volcanes.

(Foto, Scott Phillips)

Recibo, con mucho gusto, sus comentarios, en lamesa_puesta@yahoo.com.mx donde estoy a sus órdenes.