miércoles, noviembre 09, 2005

Remedios infalibles


A petición del respetable, un recuento de remedios efectivos para los excesos que se aproximan. Finalmente, luego de esa larguísima y extenuante jornada del Lupe-Reyes (Aunque conozco a algunos que la hacen Lupe-Reyes... Candelaria. Gulp!!!) Nunca sobran algunos consejos para resarcir los daños causados por este espíritu fiestero que nos es propio.

Eso me recuerda la maravilla constituyente de los Caldos Angelita. Ahí fui con la mismísima y adorada María a recuperar fuerzas luego de una fiesta poblana, de las que acostumbraban organizar los radientes 105 punto únicos.

Se trata de un local espacioso, situado en la calle 9 Norte, entre la 10 y la 12 poniente, donde los propietarios sirven auténticos caldos de gallina, hechos como Dios manda: Platos abundantes, servidos con su ración de chiles cuaresmeñenos y cebolla finamente picada, y ese suculento pan poblano que llaman torta de agua: crujiente y fresco, con ese aroma delicioso de la hogaza recién horneada.

Yo nada más veía como los ojitos de María recuperaban ese brillo oscuro, de acero pulido, al saborear las viandas de Caldos Angelita. Desde luego, en el lugar sirven otros manjares: envueltos de mole auténticamente poblano y cemitas exquisitas. Lo único que le reprocharía a este venerable establecimiento, es la pobreza de su carta de cervezas: sólo venden cerveza Indio que, desde la perspectiva de este modesto tecleador, no tiene la personalidad de, digamos, una buena Victoria helada. Pero es pura cuestión de preferencias. (Ya me imagino a la legión de amigos poblanos para los que la Indio es la cerveza de cervezas... Disculpas, pues).

Caldos Angelita tiene dos sucursales aunque, se me hace, una de ellas es el negocio original, situada en las inmediaciones de la zona de ferreteras de la Angelópolis, entre las calles 8 y 6 poniente. La otra, más modesta, se encuentra cerca de La Fayuca, sobre el Boulevard Norte. Las tres, garantía absoluta de reparación. Garantizada, de veras.

Pues esa afición por los caldos, las sopas y los potajes me viene desde hace muchos años. Tan amplia es la oferta mexicana de esas especialidades, que a un buen restaurante, fonda, bar o cantina se le reconoce por la calidad de esos platillos. En la Ciudad de México, recuerdo con especial ternura a los Caldos de El Paisa, en la calle de López, muy cerca de esa mítica carnicería que es La Alicia. Ahora mismo les diré por qué El Paisa es uno de los más venerables establecimientos de su tipo.

Sucede que, durante la época de los "carros de mulas", primero; y de los tranvías eléctricos, después, en las calles aledañas a San Juan de Letrán existía una estación llamada de "Indianilla". Para atender la demanda de viajeros, conductores y chalanes, se instalaron negocios de caldos que trabajaban todo el día. Pero era en la madrugada cuando la actividad de "Los Caldos de Indianilla" presentaban una febril actividad. A ese lugar iban los intelectuales, los aristócratas, los artistas, los políticos trasnochados (¡Sí!, ¡Desde entonces existían!) y la gente del pueblo: periodistas, voceadores, mecánicos, campesinos, obreros, damas de la vida tormentosa -aunque, pensándolo bien, dónde habitarán más las tormentas sino es en aquellas que se hacen llamar buenas conciencias- y un largo desfile de personajes diversos. Todos, tenían una misión, curar sus penas y sus crudas en los famosos caldos.

Con el tiempo, la estación desapareció y la llegada de ejes viales, viaductos y demás inventos "modernos" sepultaron a los establecimientos de la zona. No tanto, diría yo. Ir de nuevo a ese barrio e imaginar el ajetreo de antaño, se un aliciente. Y, por lo menos, el Paisa sigue haciendo, con su buen servicio, honor a sus venerables antepasados.

Esta historia, continuará...

Aldrin Lenin Gómez-Manzanares

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