viernes, mayo 12, 2006

De copas por Puebla, segunda parte.

















La guapa que aparece en esta crónica es la bella Mary Morín. Todos los miércoles, en La Matraca, Morín -quien es una extraordinaria compositora y una artista muy completa, ¿se acuerdan de Kínder?-, echa mano de sus recursos, que son muchos, y presenta un performance interesante, divertido y agudo. Y la Matraca es un buen sitio para terminar una jornada de tabernas que comienza, precisamente, en la cantina adjunta, El Trompo, que se ha convertido en un punto de reunión estratégico, divertido y muy relajado.

Compite con El Correo, la vetusta cantina del centro histórico, en cuanto a la ubicación: estratégica y cómoda, en la esquina de la 16 de septiembre y la 5 Poniente. Desde sus ventanales y accesos es posible observar una vista magnífica de esa joya arquitectónica que es la Catedral de Puebla, así como el bullicio de las personas que mantienen vivo uno de los centros históricos más activos que conozco -en serio, hay centros históricos, como el de la bella ciudad de San Luis Potosí, que más bien parecen sumidos en un letargo inexplicable-.

Al Correo hay que llegar temprano. A las dos de la tarde, el reducido espacio, donde están dispuestas unas 10 mesas, se llena de parroquianos diversos: empresarios de la zona, estudiantes universitarios de las escuelas contiguas, políticos y empleados del Congreso, vecino del sitio, turistas, periodistas y visitantes asiduos a este lugar, convertido ya, en un joven clásico.

Los domingos de hace algunos años me escapaba, con mi buen amigo Héctor Marín -experto en la terminología, la geografía y la mística de J.R. Tolkien, periodista y comunicador incomprendido- sólo para acudir a un pacífico Trompo y disfrutar el buffet del día: chilaquiles crujientes, chile con huevo, pozole, caldo de camarón calientito y picoso y unos frijoles refritos bastante decentes.

Entonces, El Trompo se convirtió en una referencia básica donde he cerrado tratos, he roto promesas y he pasado las horas conversando de política, de amor y desamor y de lo bueno que están las botanas.

Un plus: El Trompo tiene, por una extraña estrategia de mercadotecnia, una singular política de precios que lo hacen uno de los establecimientos más accesibles del ramo en la angelópolis.

Hay que dedicarle un buen tiempo a observar las fotografías que adornan las paredes del establecimiento: una colección de "antes y después" de la nobilísima ciudad de Puebla donde es posible constatar que, en efecto, el tiempo es un inexorable tirano.

La barra, atendida con eficiencia, sirve tragos clásicos y cocteles intemporales. La oferta de cerveza es más corta, y se concreta a ese fenómeno del consumo que es la cerveza Indio, una lager que no me convence todavía, y las más clásicas Soles, clara y oscura, cervezas ale por excelencia.

Eso sí, a las 9 de la noche, El Trompo cierra sus puertas... y sus comandas, y no hay poder humano que convenza a la hostess para servir otra ronda... entonces, llega el momento de trasponer una puertecilla lateral y entrar al espacio magnífico de La Matraca que, por las noches y con el color delicioso que la voz de la Morín impone al viejo patio , en plena actuación, representa el fin de un tarde redonda y perfecta.

*Los dos sujetos que aparecen en la segunda foto son mis queridos amigos Luis Fernando Soto, sinaloense afincado en Puebla desde hacer varios años, y Jordi Cravioto, huauchinanguense de pura cepa: los dos, periodistas de excepción y amigos queridos. La mano del tercer sujeto es la mía, que aparece subrepticiamente por razones desconocidas. La foto, en La Matraca, en una de estas tardes que refiero.

Aldrin Lenin Gómez-Manzanares

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